En esta fabulosa escena se destapa ante nosotros un lienzo de tipos y personajes que parece, por un instante, que nos hayan empujado dentro de las páginas de alguna de las novelas costumbristas de Benito Pérez Galdós o Pío Baroja.
Nos ubicamos en el entorno del mercado de San Ildefonso. Este fue el primer mercado cubierto de Madrid y se situaba en la plaza del mismo nombre, en el barrio de Maravillas, hoy Malasaña. Levantado en 1835, según proyecto del arquitecto Lucio Olavieta, estuvo en funcionamiento hasta 1970. Tal y como vemos, a su alrededor se desprendía un animado ambiente, donde parroquianos, mercancías y puestos compartían adoquines.
Sobre aquel irregular suelo de Madrid se amontonaban verduras y hortalizas apiladas sobre cajones de madera. A mano derecha, otro improvisado tenderete donde se vendían zambombas, e incluso, entre el gentío y frente a la gran puerta de la iglesia de San Ildefonso, un puesto de flores en el que, con un poco de esfuerzo, logramos leer «Se hacen coronas»; anuncio al que poco caso parecen hacer varias mujeres que, abrigadas con gruesos mantones, buscaban los puestos que les permitieran llenar sus cestas al mejor precio.
El detalle: En el grupo que charla en la parte izquierda de la escena distinguimos un personaje ya extinguido de nuestras calles: los llamados mozos de cuerdas. Eran estos unos tipos que se situaban en los principales lugares de tránsito, como mercados o estaciones, para ofrecer sus servicios. ¿Su función?: portar aquellos bultos y cargas que otros no quisieran o pudieran. Una labor de carga que ejecutaban con una única herramienta, ese cuerda o cordel que portaban sobre su hombro y que les servía para ser reconocidos fácilmente.